Lebret, el sacerdote de la calle
El padre Guido Lebret se ha convertido en mito popular y santo urbano con presencia permanente entre sus fieles. En el santuario construido a un costado del cruce ferroviario de 14 Sur recibe con su rostro fantasmático por el acto de la fotografía: mirada acogedora y franca que llega directamente al visitante, como si estuviera en el lugar. Todos los 12 de julio, el pueblo celebra su desaparición física ocurrida en 2000, a los 74 años.
Siempre hay velas encendidas, no importa la lluvia, de día o de noche. La gente lo recuerda con placas de “Favor concedido” que compiten por algún espacio libre de la gruta, levantada a metros del accidente donde falleció junto a Eduardo Espíndola, de 6 años, cuando un tren destrozó la camioneta que conducía.
Un santuario que crece porque los devotos del padre aumentan en número como su historia de vida. Para el francés la calle era su parroquia, la calle de las prostitutas, la calle del barrio Seminario, el hospital donde llegaba la gente que vive a la intemperie desahuciada por el sistema, marginal, sin techo físico o moral.
Lebret perteneció a la congregación Eudista, había nacido en Francia en 1926. Con 20 años manejó un tanque y una motocicleta militar tras el término de la Segunda Guerra Mundial. Las fotos aparecen en el libro Lebret, aproximación a la obra del padre Guido Lebret, descargable y de libre uso desde este portal.
Leyenda, porque además de incomodar a la curia pagando de su bolsillo por liberar a prostitutas de su captores en calle 10 Oriente, propició las bases de una obra que aún permanece, el hogar El Despertar, donde formaba a las niñas que rescataba. Leyenda, porque según los testimonios del libro -basado en entrevistas publicadas en la prensa y en testimonios- era muy hábil para el fútbol, el boxeo y la buena mesa. Pero, sobre todo, eficaz para favorecer a la vida por sobre los abusos, llegando a intervenir físicamente a favor de los oprimidos.
Buena mesa en el sentido de los sabores, austero sin embargo, y hábil gestor de recursos para concretar su obra. Con esfuerzo fue adquiriendo camiones, uno de ellos lo manejaba él, esto permitía el funcionamiento del hogar. Trabajo duro, sin descanso, sin llorar. Ordenado y pulcro con las cuentas logró prosperar para los demás. No dormía demasiado, llegaba de madrugada del Hospital de Talca donde administraba la unción de los enfermos, luego su preocupación era el desayuno en el hogar, luego los camiones.
Era radical y sin dobleces, dos cualidades explosivas. Sin límite para el servicio ciudadano y un salvaje para la Iglesia: tenía ese amor pastoral por las mujeres devoradas por el comercio sexual, desde las sombras las dignificaba y defendía. Incluso fue calumniado, acusado de vivir con ellas; la mentira fue solo uno de los ataques que recibió desde la política, la propia iglesia y los resabios de la dictadura de la que fue un opositor feroz. Desde 2013 un tramo de la Avenida Circunvalación Norte de Talca lleva su nombre. “En la Iglesia, al principio, viví como un salvaje, porque consideraban muy raro todo lo que yo hacía. Sobre todo cuando empecé a recibir prostitutas. La copucha era que yo vivía con 20 mujeres” (Lebret). El cortejo pasó por la calle 10 Oriente, la peor calle de la ciudad, menos para el cura y su campo de batalla.